En vísperas de que sea publicado mi
segundo libro, “Diego Perdiste”, en Amazon, comentaré algunas experiencias que
me ocurrieron con la publicación de esta novela, allá por el 2009.
“Diego Perdiste” es mi
primera novela, a pesar de ser elegida la segunda en ser subida en el portal
mencionado. Confieso que he meditado bastante si publicarla por segunda vez o
dejar que este personaje se pierda en el olvido. Esto hubiera sido sencillo,
con unas ventas nimias y un contrato de editorial ya extinguido, la tarea no
hubiera sido complicada. Para mí, Diego sacó lo peor de mi persona sin saberlo,
pero con el tiempo aprendí a vivir con ello.
Mi historia comienza con
el pertinente “sí” de la editorial. A partir de ahí todo se desató. Primero con
las ensoñaciones por conseguir ganarme la vida vendiendo libros, queriendo
demostrar al mundo de lo que era capaz. Decidí dejar mi trabajo y apostar por
los libros. Sí, fui un imbécil, lo sé, pero ¿quién no lo ha sido alguna
vez? El primer revés llegó el día de la presentación, no porque no fuera un
éxito, que lo fue, sino porque no medí las consecuencias de lo que allí
sucedería. En primer lugar porque opté por presentarme como un autor oscuro,
inadaptado, que odiaba un mundo que no le comprendía. Lo que no pensé es que en
esa presentación, y delante de doscientas personas, estaría toda mi familia al
completo. (Fijaos en este detalle. En la presentación de “Diego Perdiste” una
sala a reventar, amigos, más amigos, gente del pueblo y familia. En la
presentación de “La Casa del Aire”, y como ya menciono en post “Tres maneras de
publicar”, sólo siete. La diferencia entre una y otra es que en la segunda
decidí que no habría ni una sola persona conocida, la haría en un pueblo
incógnito de una ciudad lejana. A pesar de que me partí los cuernos en la
promoción, el resultado fue de siete personas. La realidad es dura, ¿verdad?
Menos mal que luego mejoraríamos) El caso es que al final de dicha presentación
me diría mi madre casi llorando: “Hijo, ¿tan mal te hemos tratado?”, a lo cual
yo contesté: “Mamá, sólo he creado un personaje. Por eso me he puesto Anaros en
vez de tu apellido”. Quitar el apellido de mi madre es algo que ella nunca
comprendió y que quizás yo nunca superaré. No porque Anaros no me guste, sino
por la implicación que lleva esa maldita palabra. Pero en fin, ya no hay marcha
atrás, otra equivocación más, tampoco pasa nada. Además, me recuerda que
siempre debo mirar hacia delante. Las siguientes semanas fueron lo más extraño
en mi vida. La gente me llamaba diciendo que le había encantado el libro. Hasta
ahí todo bien, la acotación viene más tarde. “¡Qué bien nos has descrito!”
“¿Qué bien nos he descrito?, pero si
el libro va sobre un tío que tiene una depresión de aúpa, que se quiere
suicidar y que quiere matar a su antigua pareja.” Algo hice mal, o algo
hice muy bien, no lo sé. Luego me llamó un psicólogo que me daba clases en una
academia. Me invitó a cenar. Yo acepté la invitación sin pensarlo, pues íbamos
a hablar sobre el libro y, como ya me había comentado que le había encantado,
fui pensando que me regalaría los oídos. (No hay cosa que le guste más a
un escritor que le digan que su libro es muy bueno). La cena transcurrió con
normalidad. En parejas, la confianza se dio enseguida. Luego, con la copa en
una mano y el cigarro en la otra, la pareja de X soltó la bomba: “Mi hermano se
suicidó y, antes de irse, escribió las mismas palabras que tú pones en el
cuaderno. Eso me descolocó y no supe qué decir. Recuerdo vagamente que le dije
que yo no podía explicarle el suicidio de su hermano y que sí, que había basado
la novela en un viejo cuaderno que encontré, pero que hasta ahí podía llegar.
Mi primer libro, la novela en la
que había hipotecado mi futuro, empezaba a darme asco. La gota que colmó el
vaso fue tomando una cerveza en un triste café. Recuerdo que estaba con mis
hermanos hablando de cosas triviales. De pronto llegó un policía local que me
dijo: “Me ha encantado tu libro, pero me da pena que hayas tenido una vida tan
triste”. Entonces comprendí que todo el mundo asociaba el libro a una especie
de manifiesto que había hecho de mi propia vida. Bien, esto es para meditar. Un
libro de un fracasado, depresivo, asesino y suicida era tomado por mis
contemporáneos como una biografía. Desde ese día intenté recuperar todos los
ejemplares que pude, dejé de ser escritor y dediqué todas mis fuerzas a que ese
maldito libro no viera más luz que la de un viejo estante en algún almacén.
Pasó un año, me enamoré y me
remedié, y en esa especie de limbo de paz que sólo da el amor volvieron las inquietudes.
Nació “La Casa del Aire”, que, aunque la gente diga que es un libro triste, a
mí me parece la novela más bella del mundo. Reconozco que es un libro duro
(escribiré un post explicando el porqué). Aun así, debo decir que “La Casa del
Aire” es una novela basada en una canción llamada “Al amar”, del grupo Zahir,
cuya letra es mía que podéis escuchar en mi web.
Concluyo diciendo que para publicar
“Diego Perdiste” le he puesto la portada más cañera del mundo (gracias Ana, has
hecho un gran trabajo), porque me di cuenta de que un escritor puede escribir
poemas sin estar enamorado perpetuamente. Y aunque reconozco que “Diego
Perdiste” está basado en mis vivencias en el ejército y es verídico en
bastantes fragmentos del texto, tuve que añadir personajes porque mis
compañeros querían aparecer en el libro. Una cosa es el ser humano, otra faceta
es el escritor que tiene dentro ese ser humano y otra diferente es el
personaje. No soy un fracasado, depresivo, asesino y suicida (aunque si
le preguntáis a mi ex, seguro que os dirá lo contrario, no lo niego). Incluso
cuando me peleo con mi pareja, me dice: “Con enseñarle a un juez tu primera
novela, me basta para que no veas a nuestro hijo”, lo cual ahora me hace
gracia. Pero, fuera bromas, creo que el de Diego es un buen libro para todo
aquel al que le gusten los personajes tortuosos, con un buen calado psicológico
y un humor negro. No es una novela negra al uso. Si tuviera que definirla, lo
haría como un drama romántico contemporáneo. En realidad, defino así mis dos
novelas y, por supuesto, la de Diego contiene momentos brutales, por lo cual no
es recomendable para menores de dieciocho. Si tenéis curiosidad, leed un par de
capítulos, aunque, si lo hacéis, es posible que tengáis un problema, porque, si
al final compráis el libro y vuestra pareja lo encuentra debajo de la cama,
quizás os diga: “Siempre supe que eras un fracasado, depresivo, asesino y
suicida”.
Un cordial saludo,
Nicolás.
Web de autor: www.nicolasgarciaanaros.com
Amigo, escribir es una razón de existir, creo que cuando existimos y además escribimos ya estamos demasiado bien identificados con lo que poseemos e incluso ese poder infinito de que de pronto viene una idea a veces extranatural para tí y sales corriendo a escribirla porque si se va nunca volverá a ser la misma, es una prueba de cuán únicos somos ante nosotros mismo nuestra propia esencia, triunfar, vender, ser famosos, es tan relativo... nunca me he sentido menos que ninguno de los grandes y famosos escritores, ellos tuvieron el triunfo que yo no he tenido, pero el triunfo de mi alma, de mis letras, ese es sólo mío, y ni siquiera ellos podrán sacar de su ser las letars que en el mío han nacido... siendo tuya la obra de Diego, imagino sin saber de ella, que es irrepetible, única y con su valor correspondiente de existencia. Un saludo Janett Camps
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